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Bifrontismo

Eran los años de la dictadura… yo nací y crecí en aquel tiempo en que casi nadie podía hablar, ya fuera en la calle o aun dentro de casa, sin sentirse objeto de la maquinaria espía que el general Máximo Mirón, jefe del gobierno, había implementado a escala nacional después de un largo periodo de cruenta purga.
Dos décadas después del golpe militar seguía viviendo con mis padres, en la parte más alta de un edificio que estaba a unos 200 metros de la alameda mayor de Osiaraple; nada menos que la ciudad donde había nacido El General. Cuando festejaron ahí el vigésimo aniversario de la llegada de los militares al mando, desde mi casa se alcanzaba a ver, en directo aunque a la distancia, la fastuosa celebración con que inauguraron el monumental busto de Mirón. En aquella ocasión únicamente podían transitar las calles cercanas a la alameda las personas más allegadas a la gente en el poder, pues el dispositivo de seguridad del estado se había propuesto eliminar cualquier posibilidad de irrupción popular. La televisión transmitió el festejo en cadena nacional, pero lo que se veía en ella era muy distinto a lo que mi familia y yo alcanzábamos a ver desde nuestras ventanas. Hoy pienso, todavía sin las pruebas, que intercalaron escenas de multitudes masivas y espontáneas, filmadas no sé dónde, para aparentar que había un ambiente carnavalesco donde en realidad transcurría un sórdido protocolo militar.
Durante casi una semana yo no tuve la menor intención de visitar el monumento recién impuesto en la alameda, aunque diariamente pasaba a unos metros de él caminando. Una tarde que regresaba a casa escuché a uno de los vecinos del piso dos decir a voces que aquella era una obra soberbia, y que en efecto la inscripción de la columna retrataba, como se había dicho en el discurso inaugural, el “trascendental sacrificio de El General por la vida y la dignidad del pueblo”. Algo habrá incitado mi curiosidad ese comentario, pues al día siguiente finalmente me acerqué al busto. Leí entonces, en voz baja, aquello:

Mirón
-máximo general al mando-
destinó el alma toda a salvaguardar a toda alma
¡El destino mandó al general Máximo Mirón!

Pensé que la cacofonía que acababa de leer no era más que un síntoma del bifrontismo y la petulancia de un gobierno que se adjudicaba el inmerecido título de salvador tras décadas de estar sojuzgando a la gente, pero no comenté este pensamiento ni siquiera en casa; creo que tenía miedo de ser espiado.
Meses después, el vecino del piso dos me preguntó -con voz chillante- si no me parecía que la pinta que alguien había hecho en el monumento era una “verdadera profanación a la persona de quien nos había legado el futuro”. No contesté -o no recuerdo si contesté-, pero tras dejar mi mochila en casa, me volví caminando a prisa al lugar del monumento. En el frente de la columna que sostenía el busto de Mirón vi por primera vez, escrita con pintura verde y rubricada en un costado por un anónimo que se autodenominaba Ateo-Poeta la cuarteta que vería muchas veces más en los años siguientes:

Hallé hipocresía,
eso nocivo vi
en ti, vil espía
-o sea, mirón-

Me parecía inverosímil que en plena era de la represión alguien hubiese conseguido hacer algo semejante, por trivial que pueda parecer hoy. Me alegré. Y me alegré más aún cuando descubrí que en la parte de atrás de la columna estaba escrita y firmada por el mismo héroe la misma composición, pero invertida verso a verso:

O sea, Mirón:
en ti, vil espía,
eso nocivo vi,
hallé hipocresía

Al día siguiente hicieron desaparecer del monumento la pintura verde, pero volví a ver la estrofa unas semanas después en el muro de una fábrica que ostentaba una imagen de El General; imaginé -sonriendo- que del otro lado estaría la versión invertida. Yo mismo copié en el frente y el reverso de uno de mis cuadernos las dos versiones de la cuarteta reversible, pero, como seguía temiendo, pegué encima de ambas unas escenas de bosque. Con el tiempo se hizo costumbre en mi país hallar aquellos versos, tal como los había yo leído la primera vez, en mercados, escuelas, puentes, y donde quiera que estuviera el retrato, o el nombre, de Mirón.
Una vez vi en la televisión una entrevista con el escultor que había labrado el busto y compuesto la inscripción del monumento de Osiaraple; le dio por hablar de la cuarteta que ya era inocultable hasta para el aparato oficial y opinó que era una ruina literaria de pobre manufactura, un monstruo de las letras sin el menor atisbo de estética. Dijo además que era malinenticionada y falsa cualquier mención al espionaje estatal, pues él mismo había tenido oportunidad de consultar cientos de informes de cateos hechos a lo largo del país y nunca, nunca, se había reportado el hallazgo de micrófonos o cámaras que espiaran a la gente en sus casas. Insistió en que la estrofa tenía una estructura muy deficiente, y remato subrayando que “ no rima 'eso nocivo vi' con 'o sea, Mirón' ”.

El General murió hace ya varios años. Ahora estamos por participar en nuestra tercera elección para elegir presidente. Justo hoy en la mañana me encontré con uno de los vecinos del edificio que habité con mis padres en Osiaraple; el del piso dos, el que siempre alababa al gobierno. Me dijo que es líder de campaña en la capital para un partido opositor al mironismo. Le pregunté cómo podía estar en la oposición si siempre había sido tan afín a Mirón. “Viejo...” -me contestó- “...eran los años de la dictadura”.

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